En marzo, le preguntamos por qué su primer Rolex era también el reloj de sus sueños. En el marco de nuestro concurso, que finalizó el 29.3.2021, le pedimos que nos enviara su historia personal con Rolex. Originalmente, habíamos planeado publicar solo una de estas, pero ante las muchas historias interesantes que nuestros lectores compartieron con nosotros, decidimos añadir algunas más para usted hasta finales de año.
El primero fue Eric, de Austin, Texas. Puede encontrar la conmovedora historia de su Rolex Datejust aquí. El piloto de helicóptero Edward, de Australia, también compartió una emocionante historia sobre su Rolex GMT Master 2. David, de Australia, incluso consiguió convertir su colección de cómics y Lego en un Rolex Milgauss.
En el siguiente artículo, el italoamericano Tito, de Atlanta, cuenta cómo encontró su Rolex Sea Dweller 1665 en el fondo del lago Lanier tras dos años de búsqueda. Con él estaba su perra Viola.
La historia del Rolex Sea-Dweller 1665 de Tito
Me llamo Tito Mazzetta y soy italoamericano. Nací y crecí en Roma, la Ciudad Eterna, y he estado viviendo y trabajando en Atlanta, Georgia, desde que me mudé a los Estados Unidos en 1978.
Rolex siempre ha ocupado un lugar especial en mi corazón. Mi primer Rolex fue un regalo de graduación que recibí de mis padres: un Datejust de tamaño mediano en acero inoxidable y oro. En Roma, a principios de los años 70, el Datejust era el reloj soñado de la nueva generación.
Recuerdo que en algún momento de 1978, antes de mudarme a Estados Unidos, fui a una joyería de antigüedades, Risivi, situada en el corazón de Roma, cerca de Campo de’ Fiori. Allí cambié mi Datejust por un inmaculado Rolex Sea-Dweller 1665 de segunda mano con cristal abombado de plástico y válvula de escape de helio. El valor de mercado del Sea-Dweller, que incluía la caja y los papeles originales, se fijó en el equivalente a unos 670 €.
Me encantaba mi Sea-Dweller y lo llevaba todos los días. Aunque nunca pude probar la válvula de escape de helio ni los 610 metros de resistencia al agua, sí disfruté de su precisión, robustez y fiabilidad.
Me mudé a Atlanta y, al cabo de un año más o menos, me compré una pequeña lancha que amarraba en el lago Lanier. Durante la primavera y el verano, pasaba los fines de semana con mis amigos en la lancha, haciendo esquí acuático y divirtiéndome en el lago.
Una tarde, mientras practicaba el esquí acuático, mi Rolex se enganchó en la cuerda de tracción y, antes de darme cuenta, se me había soltado de la muñeca y hundido en el fondo del lago.
Pasé varias horas intentando recuperarlo, pero el agua era demasiado turbia y profunda. Por mucho que intenté bucear hasta el fondo del lago, no pude encontrar mi reloj. No tuve más remedio que rendirme y volver a casa. Sin embargo, antes de volver a la orilla, anoté mentalmente el lugar y la zona general donde se había hundido mi reloj, y me prometí que volvería a buscarlo.
El tiempo pasó, y después de más de 2 años, en el invierno de 1981, un canal de televisión local informó de que el agua del lago Lanier estaba en su nivel más bajo en décadas como resultado de una sequía.
Esa era mi oportunidad. Mis amigos y mi familia creyeron que había perdido la cabeza cuando fui a una tienda local y compré un detector de metales y les dije que volvería al lago Lanier a buscar el Sea-Dweller que había extraviado.
Armado con mi nuevo aparato y mi única fiel amiga, Viola, volví al lago Lanier.
Viola era una mastina napolitana que había traído a EE.UU. desde Italia. Tenía un hermoso pelaje plateado, ojos verdes y era increíblemente inteligente y protectora. Al igual que los soldados romanos que llevaban a sus mastines a la batalla, mientras conducía hacia el lago Lanier con Viola en el asiento del copiloto, sentí que iba a la guerra contra la lógica y los no creyentes.
Cuando llegamos al lago, me sorprendió ver cuánto había retrocedido la orilla.
En efecto, una gran parte del lago se había secado. La batalla contra lo imposible había comenzado. Pasaron las horas, y escudriñé metódicamente el fondo del lago con mi detector de metales en la zona general donde recordaba haber perdido mi reloj.
Tras unas horas de búsqueda decepcionante (encontré dos cadenas de oro y un montón de monedas), justo cuando mi cerebro empezaba a decirme que me rindiera, mi detector de metales lanzó un grito de alegría. ¡Ahí estaba mi Rolex entre el barro!
No podía creer lo que veían mis ojos. ¡Había encontrado mi Rolex Sea-Dweller 1665!
Estaba feliz y conmocionado: feliz porque había encontrado mi reloj después de haberlo perdido más de dos años antes y conmocionado por la increíble, tal vez incluso «divina», coincidencia cuando vi que la hora y la fecha registradas en el Sea-Dweller se correspondían con la hora y la fecha exactas cuando volví a encontrar mi reloj.
Me sorprendí aún más cuando me di cuenta de que mi Rolex estaba en buen estado y, tras sacudirlo durante unos minutos, volvió a hacer tictac, incluso después de pasar más de dos años sumergido en el barro y el agua.
Me puse el reloj y lo llevé todos los días durante años… hasta que lo vendí.
Sí, vendí mi Sea-Dweller «especial».
Lo vendí en 1997 por unos pocos miles de dólares.
Sabía que me iba a arrepentir de haberlo vendido para siempre en cuanto lo vendí.
¿Por qué lo vendí? Bueno, esa es una historia para otra ocasión.
