Toda nuestra vida, desde el nacimiento hasta la muerte, está marcada por «primeras veces». Las guardamos almacenadas en lo que a mí me gusta llamar nuestro cofre del tesoro, es decir, nuestra memoria. Algunas son más deliciosas y poderosas que otras. Están impregnadas de un toque de magia y encierran una emoción especial: esa misma sensación que tenemos cuando amanece un nuevo día y sabemos, desde el mismo momento en que sale el sol, que ya nada volverá a ser igual. Una noche, me dormí embarazada y a la mañana siguiente, era madre. Mi primer embarazo, mi primera hija. Lo recuerdo como si fuera ayer: el momento en que la comadrona me entregó a ese pequeño ser humano, nacido de mi carne, envuelto en una manta rosa, con los ojos muy abiertos mirándome con curiosidad y amabilidad. La primera vez que sostuve a mi pequeña en brazos, la primera vez que pronunció esa nueva palabra «mami» con la que me llaman desde hace 18 años, la primera vez que dio un paso sola, luego dos, luego tres, la primera vez que agarró mi reloj con sus deditos regordetes…
Cómo empezó todo
Mi reloj, mi primer reloj, y mi primer amor de marca: Omega. Fue allí, en Bienne, Suiza, «el centro del mundo» como la llaman los lugareños con un humor deliciosamente irónico, donde empezó todo. Yo trabajaba en ventas, así que mi muñeca tuvo la oportunidad de lucir un montón de relojes diferentes, incluidos relojes «de trabajo» (que nos prestaban a los vendedores para representar a la marca), prototipos y piezas nuevas para presentar a los clientes. Hay uno que nunca abandonó mi muñeca durante mis tres años en Omega y que me encantó: un Speedmaster Broad Arrow.
Pero un día, cuando merodeaba por la planta donde se fabricaban los productos, un relojero me invitó a probar un movimiento, la primera generación con escape Co-Axial, si no recuerdo mal, integrado en un Seamaster Aqua Terra 150M. En realidad no escuché lo que me decía, porque estaba completamente bajo el hechizo de este reloj de aspecto clásico, casi vintage. Era la primera vez que nuestros caminos se cruzaban. Hasta ese día, solo había vendido otros miembros de la familia Seamaster, como el Diver 300M o el más reciente Planet Ocean, pero nunca ningún Aqua Terra.
Declaración en muñeca de mujer
Fue amor a primera vista, como nunca había sentido. El reloj era enorme en mi muñeca de apenas 14 cm con sus 42 mm de diámetro, su brazalete con grandes eslabones de acero, su esfera plateada recortada con una pizca de oro y su bisel fino y fijo, que no hacían sino acentuar aún más su enormidad. Y, sin embargo, me vi sobrecogida por la felicidad. Aquel reloj explotó como el sol del verano contra mi piel.
El reloj no pasó desapercibido, y recibí unos cuantos comentarios sexistas fuera de los confines de Omega: «¡Parece que le cogiste el reloj a tu padre!», «¿No ves que es demasiado grande para ti? Las asas son demasiado grandes…» «Creo que deberías llevar uno más pequeño y femenino», bla, bla, bla.
Hoy en día, las mujeres tenemos mayor representación y se nos escucha y respeta más en el mundo de la relojería (aún nos queda mucho camino por recorrer), pero no era así en 2005. Por aquel entonces, las mujeres implicaban esferas de nácar, biseles de diamantes y movimientos de cuarzo. Aunque ese aún sigue siendo el caso en muchas partes hoy en día, lo es mucho menos. Llevar el Aqua Terra en mi muñeca era bastante más que una declaración de mis valores feministas, reflejaba mi personalidad.
Contagiando la fascinación
Mi hija ha estado rodeada por la relojería desde sus días en la cuna, e incluso antes, en mi vientre, en Basilea para la feria, en Omega en Bienne… A los bebés les cautivan los móviles giratorios y los juguetes de colores brillantes, pero a mi pequeña le cautivaban mis relojes. Se los ponía en las manos para que pudiera mirarlos por delante y por detrás, los sopesaba, soltaba pequeños sonidos agudos para mostrar su alegría, y luego se los quitaba cuando le apetecía morderlos.
Había un reloj en mi colección que le atraía más que los demás: el Aqua Terra. Era grande, deslumbrante y ligero (no tan ligero como un sonajero de bebé, pero sí más que un Speedmaster). Lo llevaba a menudo en la muñeca: entre semana, los fines de semana, en vacaciones. En todas nuestras fotos familiares con mi hija en brazos, hay un Omega presente. La mayoría de las veces, es este Seamaster. El reloj forma parte de mi historia y de la historia de mi hija. Una ha crecido mucho desde entonces y la otra ha envejecido, pero sin quedarse anticuada.
Aqua y Terra. Agua y tierra. Cuando el mar y la madre se encuentran. Siempre he dicho que cuando llegue el momento, quiero que me entierren con mi Aqua Terra en la muñeca. Quizá sea un poco sórdido, pero no me veo viajando por el gran otro mundo, si es que hay vida después de la vida, sin él a mi lado para tranquilizarme. Y tengo que decirle que, cuando mi hija pequeña tenía 6 años, me dijo que, para ella, este reloj era el objeto que mejor me representaba. Dijo que siempre me veía con él y que esperaba poder llevarlo cuando yo ya no formara parte de este mundo: eso me conmovió.
Reconectar con el original
Volví a comprar mi reloj «de trabajo» antes de que el modelo fuera retirado de la colección y sustituido. Pero, sinceramente, aunque las distintas actualizaciones con el motivo de teca eran preciosas, ninguna me gustó tanto como la mía. Entonces llegó este año, y sentí como si me hubiera reconectado con mi Aqua Terra «original» a través de la serie de relojes de 38 mm. Esta vez no había ningún rasgo evocador de lo marinero por la esfera, sino el sunburst que tanto me gusta, y en colores que me estimulan el cuerpo y el alma: gris-azul, plateado-champán, verde suave, naranja-rojo y, mi favorito, cobrizo-castaño.
Tiene el mismo tono de azafrán que la arena de la playa de mi infancia y la Luna cuando se eleva sobre el Mediterráneo. Su tamaño se adapta perfectamente a mi muñeca, su brazalete es extraordinariamente cómodo y su esfera, gracias al calibre automático 8800, muestra lo que yo llamo los «datos esenciales del tiempo», es decir, las horas, los minutos, los segundos y la fecha.
Ah, sonrío. Toco suavemente mi Aqua Terra. El futuro está asegurado, para mí y para él.